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Cuarenta años de dictadura: espectáculos
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1948

enero: 1 a 4 en
el Rialto

enero: 5 a 8 en
el Frontón


Fueron ocho días en Logroño en los que ¡Nunca hubo una mujer como Gilda!", vamos, ni de lejos.

Los jóvenes logroñeses que iniciaban entonces la pubertad estuvieron hechizados con Rita Hayworth una semana larga, y hasta algunos pidieron en casa que les graduaran la vista. pues no veían nada bien lo que otros comentaban de las carteleras de Gilda en la calle de Portales.

Acostumbrados como estaban, los cinéfilos de la población, a la rutina de películas de producción ncional, cuando llegaban de otras latitudes cintas destacadas, el rumor y los comentarios se disparaban. Veían e imaginaban mucho más de lo que en realidad había. Se creaba un ambiente que nadie, ni censura, confesores y moralistas circunstanciales, podían encauzar.

"Rebeca" en el Frontón. 12 octubre 1943

El prisionero de Zenda

Sucedió con Gilda, la película que comentamos, pero también con otros estrenos de los cuarenta.

Rebeca, de Hitchcock, fue otro caso, aunque más intelectualizado, como también El prisionero de Zenda o Casablanca, así como con algunas otras menos aclamadas que llegaron al corazoncito de cada uno suavizando los problemas de estos malos años.
Espectáculos en los cuarenta

Navidades del 48:
ocho días con "Gilda"

En el 'Rialto' en Año nuevo
Hoy (2021) han superado los setenta años y aún recuerdan con regocijo, y hasta con cierto rubor, el impacto. Algunos comentan que nunca habían pasado tantas veces por la calle Calvo Sotelo -alguna vez todavía se le escapa Zurbano- como en aquellas vacaciones navideñas del 48. Los más refinados, criados en el espíritu de Acción Católica y del Nacional Catolicismo, aceleraban el paso, pero no dejaban de echar una mirada furtiva a las puertas del Rialto. Allí estuvo cuatro días Gilda como centro de atención, e incitando, según decían. Ni las mallas de alambre protectoras de los carteles anulaban su silueta. Si no la veían, se la imaginaban corregida y aumentada. No entendían casi nada, y menos que "ese bruto" pudiera darle una bofetada; que el confesor ordenara abstinencia de pensamiento; y mucho menos que la imagen del programa de mano no fuera estética, sino provocadora y pecaminosa. Un ángel les parecía a ellos.
En el 'Frontón' el día de Reyes
Alejandro Pueyo Allo, empresario logroñés de espectáculos, así como su consocio Ramón Narvaiza Salsamendi, propietario el local decimonónico anexo a la muralla del Revellín, venían renovando, desde los primeros años treinta, las instalaciones, e incentivando las programaciones atractivas. En los años de la Guerra el primero lo pasó mal por su militancia en Izquierda Republicana, pero nada le hizo perder la ilusión y las iniciativas.

Con los "Años Triunfales" continuaron mejorando las ofertas recreaativas y adaptándose a las nuevas circunstancias. Y del Frontón Logroñés del "cine popular republicano" pasaron al "Suntusoo Frontón Cinema" -reapertura en San Mateo de 1940- en el que además de cinematógrafo programaban revistas, variedades y hasta representaciones teatrales, bajo el reclamo de celebranse en el "Nuevo Teatro". Fueron los años de Garamendi, Arias, Tejada y Caballero, es decir, de "Los Bocheros"; de "las jotas a duo, solo y pidadillo"; de "La Tonta del Bote" con Josita Hernán y Rafael Durán; y hasta de Raquel Rodrigo con su Compañía de zarzuelas modernas y operetas.

Gilda en el Frontón Cinema
Y sobre todo del buen cine. En el Frontón se vieron ¿Por qué lates corazón?, Rebeca, El Prisionero de Zenda, Casablanca, La extraña pasajera, ... y también, como vemos en el programa de mano de la izquierda, Gilda.
El eco del Rialto llegaba así también a la peri la ciudad y a los grupos de logroñeses humildes y con menos escrúpulos de conciencia.

Gilda no era el enemigo, ni el pecado. Gilda era "la película que arretaba a las muchedumbres"; con "la mujer -como protagonista- más fascinadora en el drama más conmovedor" y de la que se podía afirmar que "jamás hubo una mujer tan bella ni tan suntuaosmente vestida". En conclusión, era "la película del lujo y de la emoción".

Se pagaban las 3 ptas. del palco o las 4 del patio de butacas con sacrificio, pero con la ilusión de ver un modelo al que se admiraba por su tozudez y rebeldía, y al que podían alinearse, aunque fuera el espíritu de la burguesía, porque en estos años era el mal menor.