1825 - 1903
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TV3
1825 - 1903
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TV3
Buñuelo, 1881
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El Motín, 1881
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Gedeón, 1896
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Desgracia familiar
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TV3
Madrid, 1902
Don Manuel, marqués de Orovio, de Alfaro; don Víctor Cardenal Ruiz, de Santo Domingo de La Calzada; don Diego Fernández, marqués de Vallejo, de Soto de Cameros; y don José Álvarez de Toledo y Acuña, conde de Xiquena, de París, pero yerno de José Gutiérrez de la Concha, Marqués de la Habana, son los diputados de los cuatro distritos riojanos en las primeras Cortes de Alfonso XII, hijo de la reina destronada hacía sólo seis años. En 1876, fecha de la elección de los nombrados, se les conoce sobradamente en La Rioja, porque habían sido elegidos múltiples veces en el reinado de Isabel II para representar a la provincia en el Congreso. Forman el grueso de la generación isabelina de la antigua “camarilla” moderada de mediados de los cincuenta y primeros sesenta. Eran esos que se repartían, en el despacho del Gobernador Civil de turno, los escaños marcados –encasillados- en los ministerios de Madrid. Y aunque en su correspondencia personal se cruzaban trapos sucios para conseguir la nominación, en la capital del reino, Madrid, compartieron al unísono, ministerios, secretarías y subsecretarías, comisiones de Cortes, cargos políticos,… y convivieron, asimismo todos, en idénticos salones y círculos aristocráticos y variados consejos administrativos empresariales en los años de optimismo de la Unión Liberal. En el Sexenio Democrático habían desaparecido, o, más bien, estuvieron en silencio. Nada se supo de ellos, ni para bien, ni lo contrario. Ahora, seis años después del triunfo de las “Juntas Revolucionarias”, de las demostraciones de fuerza de los “Voluntarios de la Libertad”, de la nueva dinastía real saboyana importada para una “España con honra”, de una primera experiencia de República en España, de distintos gobiernos progresistas y republicanos, de un nuevo lenguaje político -sobre todo-, vuelven a la cima del poder en La Rioja y en Madrid, como si no hubiera pasado nada en los años precedentes.
Las oligarquías riojanas isabelinas interpretaron el tendido del ferrocarril vizcaíno, desde Bilbao hasta Tudela ribera abajo del Ebro, en clave de botella medio llena, y aunque al principio se presentaron incertidumbres, el tiempo reforzó con creces sus intuiciones primerizas.
Los trenes circulan por el “camino de hierro” entre Las Conchas de Haro y el confín de Alfaro desde 1863, pero en estas fechas los frutos de los campos riojanos y la escasa densidad demográfica no alcanzaron para aportar beneficios, y la quiebra fue asumida por el Banco de Bilbao que pronto transfirió su explotación a la Compañía de los Ferrocarriles del Norte.
Mientras se dan estas penurias y miserias financieras, y los riojanos agitan sus cabezas con las dudas, las naciones europeas vitivinícolas quedaron tocadas gravemente por la plaga filoxérica. En 1867 son arrasados los viñedos franceses; los renanos en 1875; los italianos en 1879; y el insecto llega a España a través de Málaga en 1878 y de Gerona en 1879. Las cosechas de las regiones interiores españolas aún no filoxeradas, incluidas las de la provincia de Logroño, muy pronto resultaron llamativas, especialmente para los vecinos fronterizos del norte con mercados consolidados y afamados y ahora sin materia prima para surtirlos.
Por ello, desde principios de los años setenta empieza a escucharse por La Rioja -con optimismo, regocijo y deleite- el “silbato de las locomotoras” y la infraestructura ferroviaria, tendida con tanto aplauso y consenso al comenzar los sesenta, jugó un destacadísimo papel económico y social en apoyo de la expansión. Las pipas de vino y los kilogramos de uvas salen sobre ruedas hacia Francia en estas fechas, al compás que entran en la región transferencias y efectivos en sus bancos.
Una boda en la Redonda, entre un anónimo brigadier manchego (Espartero) y una huérfana logroñesa acomodada (Jacinta), alumbró el reinado de Isabel II en La Rioja. Un clan familiar completo, llegado en parte también de fuera, e implantado en la región al comenzar el ochocientos, convertirá a esta tierra en un paisaje político de regusto liberal, cuando se hace la Restauración.
La historia de La Rioja de las dos últimas décadas del XIX comienza en un año capicúa. El 8 de enero de 1881 Práxedes Mateo-Sagasta y Escolar es nombrado por el rey Alfonso XII Presidente del Consejo de Ministro. El torrecillano reinicia una nueva etapa política que no para hasta su muerte (5-I-1903), y toda ella evoluciona en profunda simbiosis con el distrito electoral de la capital de su provincia natal. Entre ambos topes temporales (1881 y 1903), don Práxedes repite en el mismo alto cargo hasta cuatro veces más, cuando ya la reina consorte María Cristina ha enviudado el 25 de noviembre de 1885.
Se marcharon, sin rechistar, de la Diputación Provincial y de los sillones y bancadas de las Casas Consistoriales, a los pocos días del “célebre 3 de enero” de 1874, cuando el general Pavía ganara su única batalla en el asalto al Congreso de los Diputados en Madrid.
¿Que dónde fueron? No muy lejos. Se recluyeron en otros espacios más silenciosos y crípticos; potenciaron aquellos en los que venían participando antes de encontrarse pilotando un sueño y vivir la experiencia política republicana; y retomaron con nuevos ánimos sus talleres, tiendas,… despachos de negocios, ejercicios profesionales y laboreos de sus tierras.
Se acomodaron a nuevas formas de entender la cultura, lo social, el poder y la política, y sobre todo, activaron un lenguaje renovado ajeno al progresismo, moderantismo y al de liberales y/o conservadores coetáneos. En él hablaron, de vez en cuando, en notas y comunicados en la prensa, en los foros y escenarios, y en los “meeting” propagandísticos; y siempre, año tras año, cada 11 de febrero, día de proclamación de la República, en los brindis de los banquetes en salones, teatros, restaurantes, en paradores y fondas; y también cuando ensayaron pronunciamientos, rebeliones, asonadas y llamamientos a las armas.
En sus actos y reductos añoraron el protagonismo disfrutado en “La Gloriosa” poco más de medio año (el 22 de junio de 1873 se proclama la República democrática en la provincia de Logroño) y recrearon, en las ideas y tesis de sus discursos, una ética considerada superior o de mejores intenciones, y una aretología renovada en héroes, protagonistas y mártires. El global llegó a fraguar en lo que ha sido reconocido en la historiografía actual como “el espíritu del 73” de las décadas finales del ochocientos.