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Gregorio y María
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MARÍA DE LA O LEJÁRRAGA
Gregorio Martínez Sierra en 1911

La cuestión de la autoría

En el año 2000, María Martínez Sierra figuró en los medios de comunicación masivos cuando su tomo de memorias, "Gregorio y yo", prohibido por la censura franquista en los años cincuenta (publicado en Méjico, 1953), salió en su primera edición española.

Como esta publicación coincidía con unos escándalos sobre supuestos plagios o calcos tanto de una presentadora de televisión como de autores conocidos, la prensa trató la cuestión relacionada de los "negros".

Salieron entonces varios artículos sobre María Martínez Sierra, la autora oculta detrás de la firma de su marido, Gregorio Martínez Sierra (1881-1947).
Varios investigadores han especulado sobre las razones por las cuales María siguió escribiendo obras para un marido que se había marchado con otra. ¿Habrá acertado alguno? Quizá, pero la verdad completa seguirá escondida en los entresijos misteriosos de la psicología humana.
Alda Blanco
"El que María no hiciera públicas las pruebas que apoyaban la narrativa de colaboración elaborada en sus memorias literarias se debe, probablemente, a una combinación de razones complejas que son difíciles de desenredar pero que seguramente brotan del desarrollado sentido de fidelidad a una persona que fue siempre consecuente y honesta. Podríamos proponer que a un sentimiento de lealtad hacia Gregorio se une el no haberse querido traicionar a sí misma y a las decisiones que había tomado por muy desatinadas que resultaron ser. En Gregorio y yo no parece quererle ser infiel a la memoria, por muy revisionista que sea, de lo que recuerda fueron sus "horas serenas". Por otra parte tampoco sería raro que quisiera proteger la intimidad de su vida compartida con su marido a pesar de que su matrimonio se había venido abajo alrededor de 1922. Y tampoco habría que descontar un profundo sentido de pudor ante un mundo que, aunque parecía conocer los entresijos de su vida conyugal y literaria, cuán a menudo disfruta de la desdicha ajena. En un gesto que podríamos interpretar como estratégico, mantiene y elabora la ficción del matrimonio en gran medida y ante todo como colaboración literaria. Sin embargo, en una carta a su hermano Alejandro desde Niza en 1948 en un tono que se desmarca del tono sereno que utilizará en su libro de memorias, escribe:
"De que soy colaboradora en todas las obras no cabe la menor duda, primero porque es así, y después porque lo acredita el documento voluntariamente redactado y firmado por Gregorio en presencia de testigos que aún viven y que dice expresamente: "Declaro para todos los efectos legales que todas mis obras están escritas en colaboración con mi mujer, Doña María de la O Lejárraga García. Y para que conste firmo ésta en Madrid a catorce de abril de mil novecientos treinta". Además, aunque, después de esto, todo es superfluo, tengo numerosas cartas y telegramas que prueban no sólo mi colaboración sino que varias obras están escritas sólo por mí y que mi marido no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el irme acusando recibo de ellas, acto por acto, según se los iba enviando a América o a España cuando yo viajaba por el extranjero. Las obras son de Gregorio y mías, todas, hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad".
Hasta su muerte en 1974 se mantuvo fiel a la noción de "colaboración" que había establecido en Gregorio y Yo a pesar de haber podido, en cualquier momento, sacara a relucir las cartas que hiboeran callado a todos aquellos que intentaban borrar su autoría, apenas recuperada, como dramaturga y novelista". ...
"María Martínez Sierra: Feminismo y exilio", en "El exilio literario de 1939". Actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de La Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999, Logroño, 2001, pp. 359-373

Patricia O'Connor
"Considerando la creencia de María en los derechos de la mujer, su actitud pasiva con respecto a su importante trabajo literario (y de conocerse, podía haber inspirado a otras mujeres) es contradictoria. Una posible explicación puede encontrarse en un ensayo feminista suyo profético de 1917: "Las mujeres callan... porque creen firmemente que la resignación es virtud... callan por costumbre de sumisión ... callan, porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas" (Feminismo  ... 105-06). Años más tarde, la autora demuestra un juicio más severo sobre los maridos que se aprovechan de sus mujeres en No le sirven las virtudes de su madre (1930). En esta obra corta, una madre habla con el viudo de su hija muerta. Al referirse a ésta, es como si María hablase de sí misma en calidad de esa esposa joven: "Fue tu compañera, y no fue tu igual... Pensó contigo, luchó contigo, trabajó contigo, afanó contigo...; ¡tú solo triunfaste! ¡Cuántas noches la he visto, rendido tú, repasando tus notas, poniendo en orden tus papeles, rectificando tus errores, preparando el discurso en que habías de brillar! .... ¿Quién se ha retirado, a la hora del triunfo, para dejarte a ti toda la vanagloria? ¿Quién ha hecho el silencio en torno tuyo para que no se oyera más que tu voz? . . . . Sobre ella pesó la tradición de viejas ignorancias e incompetencias... No fue una mujer; fue lo que a fines del siglo XIX y a principios del XX se llamaba "una feminista" (Eva curiosa 69).
Treinta años después, en La muerte de la matriarca (1960), se acentuaría aún más su cinismo, si la protagonista es, como parece ser, otra voz de la autora. Levantando los ojos al cielo para rezar, la matriarca moribunda dice: "¡Oh, tú, que me creaste y hoy me matas... si me lanzas otra vez a vivir... hazme hombre! ¡Hombre, para ser yo sin ataduras... para perderme si me quiero perder, para salvarme si me puedo salvar!... Mi vida para mí...no para los otros... siempre... los míos, los ajenos.... siempre apagando el fuego del corazón... por no ofender... por no escandalizar... El hombre no escandaliza nunca, ¡le basta con triunfar!" (Fiesta en el Olimpo 188).
Después de la muerte en Buenos Aires de María, un baúl de efectos personales llegó a su familia en Madrid. Entre otros papeles, ese baúl contenía el manuscrito inédito de Sortilegio, su única tragedia y última obra estrenada con la firma de Gregorio. El baúl de Buenos Aires traía también más de cien cartas de Gregorio que probaron definitivamente lo que decían los entendidos: que las obras de Gregorio se las escribía su mujer".
Antonina Rodrigo
..."Todos los rumores se estrellaban en la discreta actitud de María Lejárraga. La lealtad fue una de sus claves personales y no en el sentido de valor absoluto; en ella entrañó la generosidad, la abnegación, la renuncia, en aras de su otro yo: Gregorio Martínez Sierra. Desde un principio María fue el timón. Después se supo utilizada, conscientemente manipulada más tarde; pero para ella lo importante era sentirse útil y necesaria en aquella secreta alianza con su amado Gregorio. Le bastaba con saberlo satisfecho, desde la incipiente popularidad de sus comienzos, a la gloria oficial y sus privilegios más tarde. Lo fue aupando en un pedestal, lo sostuvo como creador y lo mantuvo con su silencio como dramaturgo. De ahí que durante mucho tiempo María se negó a admitir como definitiva la realidad Gregorio-Catalina, tan de dominio público. Su perseverancia fue muy lejos, atrincherada en su discreción, reticente siempre a dar detalles, incluso a su propia familia. Pero María Lejárraga no había nacido para ser un corazón solitario; fue siempre una mujer de grandes afectos.
...
La dependencia intelectual de Gregorio respecto a María era total. Leyendo su epistolario está permitido pensar que Martínez Sierra era incapaz de escribir no ya una comedia sino una carta de pésame, unas cuartillas para presentar un acto, un prólogo, sus conferencias... En ellas es constante el apremio y en ocasiones llega a la coacción y al autoritarismo para que María escriba y le mande comedias, colaboraciones, traducciones... A menudo, entre los elogios y la frase cariñosa, desliza con premura y vehemencia el encargo: "Una atrocidad de besos y abrazos. Trabaja todo lo que puedas...", "...espero con impaciencia el tercer acto de Torre de marfil, pero no estoy preocupado, porque estoy seguro que será bueno. Estás trabajando verdaderamente bien; todo lo que has hecho últimamente posee vitalidad, interés, sosteniendo un gran encanto que es lo más importante".
María Lejárraga, una mujer en la sombra, Ediciones Vosa, Madrid, 1994, pp. 199-201

Andrés Trapiello
"Desde luego fue el suyo uno de los casos más anormales de nuestra historia literaria. ¿Cómo consintió María Lejárraga escribrirle todas las obras a su marido, incluso cuando éste se lió con la primera atriz? ¿Cómo consintió la primera atriz que su amante siguiera viviendo, al menos durante otros diez años, con su antigua mujer y que nunca rompiese relaciones comerciales ni afectivas con ella? Y, sobre todo, ¿cómo Gregorio Martínez Sierra consentía en poner su nombre a obras que no eran suyas? Que María Lejárraga resultó ser algo fuera de lo común lo vemos, entre otros muchos indicios, en el epistolario con JRJ, de una intensidad, delicadeza y camaradería extraordinarias, hasta el extremo de que no sería descabellado suponer esa clase de amor callado y doliente, "amores blancos" los llamó el poeta, entre dos seres que jamás dejaron de respetarse, como se decía en los dramas que ella escribía. Lo vemos en su generosidad, queriéndose ocultar tras el nombre de su marido incluso cuando ningún vínculo ni amoroso ni marital le unía a él, lo vemos en su dedicación desinteresada en campañas de educación de la mujer en España y sus preocupaciones pedagógicas en un país con un porcentaje de analfabetismo escalofriante. Y lo vemos en la intachable memoria de su vida, sin un ápice de rencor, sin atisbos de reproches, con la delicadeza de las almas más grandes, con la aristocracia de los seres más puros.La respuesta a los interrogantes, aunque no parece sencilla, podría resumirse más o menos así. María Lejárraga, una mujer mayor que Gregorio, no precisamente guapa, consentía en darle a su marido su talento para poder tenerlo cerca, aunque sólo fuese de aquella manera. Era o tenerlo así o perderlo. Catalina Bárcena consentía en que su rival escribiese más obras de teatro para su marido y ahora empresario y amante porque precisamente con aquellas obras ella había triunfado como primera atriz. Y Gregorio Martínez Sierra, desde luego el papel más desairado de la comedia, consentía con todo eso porque su amor al dinero parecía superior a cualquier otra cosa, amor que en los años veinte le llevó a ser tesorero del PCE y en los cuarenta a un banco suizo, donde abrió una de esas cuentas que la Banca, presionada por las víctimas del Holocausto, ha decidido airear, junto a otras miles abiertas en esas fechas de guerra mundial."
Los nietos del Cid, Barcelona, Planeta, 1997, pp. 276-277

Banquete en honor de Gregorio Martínez Sierra: 1911

Pedro González
En Madrid se armó un batiburrillo enorme -un batifondo de la Madona, dicen por el Plata- a propósito de unas declaraciones que a un redactor de La Razón de Buenos Aires hizo María Martínez Sierra. ¿Qué se decía en esa entrevista para promover tamaño escándalo? Pues que las obras firmadas por Gregorio Martínez Sierrra no eran sino a medias de él. María Martínez Sierra, con sin par delicadeza, accede a colaborar con su marido.
¿Más es cierta esa colaboración? En absoluto. Gregorio Martínez Sierra nunca escribió nada de lo que anda por el mundo con su nombre, sea novela, ensayo, poesía o teatro. Eso lo sabemos bien Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala y yo. Eso lo sabía bien a cabalidad Usandizaga -el libreto de Las Golondrinas es de María-, Turina -el libreto de Margot es de María-; eso lo sabía bien Falla -las ilustraciones a los ballets de El sombrero de tres picos y El amor brujo son de María-; eso lo sabía bien Marquina -El pavo real lo escribió María en prosa y lo versificó Eduardo-; eso lo sabía bien Arniches -dos actos de La chica del gato son de María-, etc. Pero quienes lo saben mejor son los cómicos que estaban siempre en un ¡ay! en cuanto salían fuera de Madrid y, sobre todo, cuando venían por América. "Aún no ha llegado el tercer acto que tiene que mandar doña María y hay que suspender los ensayos". "Parece que hay cable de doña María anunciando que mandaba la obra", etc. Algo saben de eso Jesús Gabaldón, el notabilísimo actor mexicano Gómez de la Vega, Baena, etc.
Pero doña María, que, por delicadeza espiritual, no se atreve a decir aún la verdad verdadera, tiene cartas de su difunto esposo en que él le pide obras, elogia las recibidas, solicita que le haga unas conferencias que había de leer en Buenos Aires y se declara inepto para la generación intelectual.
Ahora bien, Gregorio, a quien María dio fama literaria, consideración social y dinero, dejó todo cuanto tenía y el 50 por ciento de todos los derechos de autor de novelas y de teatro a una supuesta hija suya -dos veces adulterina-, supuesta,porque a lo que se dice es del ya fallecido Manuel Collado, y deja a su legítima esposa "en la calle y sin llavín", como por Cuba dicen.
Pues bien, esta sufrida señora nunca había dicho nada de esto y si se lanzó a insinuar lo de la colaboración fue porque está hasta más allá de las narices de la persecución de que es objeto por parte de la que vivió con su marido en amasiato y a quien nunca persiguió por tal causa, pudiendo haberlo hecho con excelente suceso, ya que penetró en los Estados Unidos de América diciendo ser el marido de Catalina de la Cotera, de nombre teatral Catalina Bárcena. Por perjurio hubiera don Gregorio visitado Sing-Sing durante mucho tiempo.
Pero de este asunto habrá que comentar largamente. ¡Como que es el pleito literario más singular de todas las épocas! ¡Como que no se ha dado nada semejante en ningún país! El mismo caso de Colette es diferente"
En María Lejárraga, una mujer en la sombra, de Antonina Rodrigo, Ediciones Vosa, Madrid, 1994, pp. 325-326