El Conde Don Miguel Damián se ocupa de todas sus numerosas posesiones rústicas, pecuarias y urbanas repartidas por La Rioja, pero sobre todo se dedica a ser “dueño y señor absoluto y solariego“, en lo espiritual y en lo temporal, de los Estados de Cidamón y la Casa y Torre de Montalvo, los dos espacios riojanos emblemáticos de finales del dieciocho relacionados con el tema de la emancipación político-administrativa de La Rioja.
El complejo del primero, el de Cidamón, fue el gran protagonista de los hitos vitales de la familia condal de Hervías durante todo el XVIII aunque la residencia oficial estuviera en la cabeza del Corregimiento, Santo Domingo de La Calzada. En el Palacio e Iglesia de Cidamón se celebraron o confirmaron la mayoría de los más señalados actos sociales de la familia, como algunos bautizos (aunque la mayoría de los descendientes recibieron el “agua” en “la pila” de la Catedral de Santo Domingo), bodas (la de nuestro propio protagonista Don Miguel Damián casado en Fuenterrabía en 1774 y confirmado aquí fechas después), y defunciones (la de su padre Don Iñigo Isidro el 4 de septiembre de 1766). El papel del otro “Estado”, el de la Casa y Torre Fuerte de Montalvo, sin embargo, en este siglo dieciocho, es más residual en estos festejos sociales, pero a partir de la construcción del puente sobre el Najerilla por
La Real Sociedad Riojana se produce una nueva orientación y protagonismo como veré.
Ambos “Estados” son primero, y por encima de todo, la base económica del Condado y a sus “rentas” recurren como fianza para los “Censos” o préstamos, cuando la Casa flojea en efectivos
"Estado" de la Casa y Torre de Montalvo
Abrazado, y medio aislado en este siglo XVIII, por uno de los meandros del Ebro y la desembocadura del río Najerilla, el otro “Estado” del Conde, el de Montalvo, se conforma a mediados de esa centuria a base de tres paisajes: un soto de “un cuarto de legua de largo” por la ribera izquierda del Najerilla; un monte “encinar alto y carrascal”, que “empieza a cien paso de la población y termina en las márgenes de dicho río Ebro, dista lo más lejos cuatro y medio de legua, que todo él tiene de largo esto mismo y poco más de medio cuarto de legua de ancho, que sólo sirve para el pasto de los ganados”; y entre ambos (soto y monte) se extiende una dilatada planicie hincada de viñedos, con hileras de olivos en el centro y rodeadas de tierras de distintas calidades de sembradura de granos. Preside todo este conjunto paisajístico ribereño, como vigía y símbolo, una “
Casa Torre Fuerte” cargada de años y de tradición “de veinte varas de alto y catorce en cuadro, con un cuarto nuevo pegante a ella de nueve varas de alto, doce de ancha y doce de fondo, que todo confronta con la Iglesia de dicho lugar y por otro da vista al soto y puente hacia la otra orilla”.
Anexas, y al servicio de esta explotación agropecuaria de Montalvo, hay “nueve casetas o cortixos” como habitación de los criados y pastores; “una casa mesón arruinada, con su cuadra habitable que sirve para cerrar los bueyes de labranza; siete pajares; un corral para encerrar el ganado de lana, mitad sereno y mitad cubierto de teja, y otro corral para el ganado cabrío”. Además, y dentro de las viñas, hay una “cueva con tres tinos, trujal y cubas, para la recolección del vino que produce”. En los corrales se encierran 340 cabezas de ganado lanar -cuyo esquilmo se realiza en Cidamón- y 58 cabras. En la cuadra del mesón “se cierran” 16 bueyes –“ocho yuntas”- y 20 novillos de distintas añadas para la reposición de las anteriores, así como 6 vacas y 6 novillas con el mismo fin. La mayor parte de la explotación se realiza directamente por la Casa Condal “por defecto de colonos y renteros”, se dice. Los árboles de los sotos y monte, declara el Mayordomo y Administrador General del Señor Conde, se utilizan para el mantenimiento de las casas y como barreras para evitar la “avenidas del río Najerilla”.
Puente de Montalvo
En la cuneta o arcén de la izquierda de la carretera Nacional 232 de hoy, en dirección oeste-este, frente al conjunto monumental del Torremontalvo actual, hay un simulacro de parterre –bastante desasistido en 2012- con una estela en la que se puede leer: “Reynando Carlos IV La Real Sociedad de La Rioja Castellana, 1794”.
Es otra de las pocas huellas físicas históricas –junto con el emblema de la Sociedad- que han llegado hasta nosotros de los años narrados en estas páginas. La fecha corresponde al año de la inauguración del puente por el que se salta hoy el río Najerilla cuando se va por la carretera nacional de Haro hacia Logroño o a la inversa. La inscripción estuvo en su origen en uno de los descansillos interiores del puente primero, el que fuera financiado y construido por
La Real Sociedad de La Rioja Castellana de la que estamos escribiendo. Responde su construcción, y la del “camino carretil” que soportaba, al mandato recibido en la Junta General de la misma celebrada en Fuenmayor en la primavera de 1790 para activar el Plan B anti fiscal, o gastar, según dijeron, “nuestros tributos”, en la construcción de “nuestros propios caminos”.
El fervor del medio centenar de Apoderados de las poblaciones de la comarca riojana sentados en la casa habitación de Don Francisco Antonio de Tobía y Ubago en Fuenmayor, se manifestó especialmente en el protagonista de este apartado, el Conde de Hervías, al que eligieron Director, y que era, además, el dueño del paraje en el que se unirían las dos orillas del Najerilla por el camino carretil a construir. La euforia demostrada por el titular del Condado se concretó en la convocatoria y reunión de dos Juntas Generales seguidas en espacios de sus dos “Estados” (Montalvo y Cidamón) en el corto tiempo del primer año de su cargo directivo. Así, antes de cerrar el mismo año de 1790, a sólo siete meses de la Junta fundacional de Fuenmayor, en una fecha tan intempestiva, por la crudeza de tiempo y las festividades navideñas, como el 27 de diciembre, reúne a los apoderados de los pueblos
riojanos en Junta General en su “Estado” de Montalvo. ¿En locales de la Casa y Torre Fuerte o en el Mesón adjunto ya reparado? No lo sé, ni importa demasiado el detalle. Lo destacable es la disponibilidad del titulado para abrir sus aposentos y posesiones y ponerlos al servicio del conjunto de intereses comarcales y así potenciar, con su ejemplo, la construcción del camino por el rumbo de la ribera meridional del Ebro. El Conde de Hervías, aunque seguro que no lo hiciera de manera desinteresada –como tampoco los demás asistentes-, ya que con la ejecución del proyecto le pondrían un puente “en la puerta de su casa” con el que ensancharía y abriría al mercado su conjunto agropecuario, se convierte en el anfitrión y animador principal del total de los Apoderados, Seis meses y medio después, ahora en la estación veraniega de 1791, en el mes de julio, repetía la convocatoria de una nueva Junta General de la Sociedad, pero en esta fecha llevaba a los Apoderados hasta los salones del Palacio del otro “Estado”, el de Cidamón. Es como si el Conde de Hervías quisiera demostrar a sus coterráneos que tenía todas sus Casas y haciendas al servicio general de los pueblos asociados de la comarca y no sólo aquellas –las de Montalvo- que se beneficiaban tan directamente del proyecto.
Los municipios riojanos castellanos, y a la cabeza de ellos el Conde de Hervías, en el corto período de tiempo de cuatro años (1790-1794), habían demostrado y comprobado, que ellos solos con su “bolsa”, su empeño y compromiso, y, sobre todo, con su unidad, podían dar respuesta a sus propios problemas reales o ficticios. Aquellos sueños o “deseos” de mediados de los ochenta, diseñados por Don Santiago Vicente del Barrio en su
folleto, y amparados por Don Francisco Antonio de Tobía y Ubago en su casa habitación de Fuenmayor, en alguna parte se habían hecho realidad, y habían confirmado que su Plan B podía funcionar al margen de los dictados de los Consejos asentados en la Corte. Con la colocación de la estela o la piedra fechada que está hoy en la cuneta de Torremontalvo, se daba por cerrado el empeño estrella del “espíritu de Fuenmayor”. La
Sociedad Riojana daba por concluidas, en 1794, las obras de “el puente (que) nuestra Sociedad está fabricando en Montalvo, sobre el río Najerilla, que puedo decir (escribe el Apoderado Pedro Antonio de Gayangos) no habrá acaso otro más firme, bien ejecutado y hermoso en toda Rioxa, sin excluir los del Ebro”, y que años después, en 1832, los liquidadores de la Institución Asociativa rememorarán como el “majestuoso puente de Montalvo, que costó más de un millón trescientos mil reales, y las seis y media leguas de camino de Logroño a Gimileo”, para lo que se había tomado “a censo un millón setenta y un mil ciento cincuenta reales, (1.071,150)” a los que sumó “el producto de sus arbitrios-”
Este supuesto logro para la economía de la comarca alcanzado por La Sociedad Riojana, debido a la mejora en las infraestructuras viarias –tan loado por cierta historiografía de otras épocas sobre la Institución, recuerden a Merino Urrutia-, es cuestionado desde el primer día por los coetáneos de fuera y los de dentro. Para esto sirven también las noticias dejadas en su
Diario por Jovellanos. “Pero el bien de esta provincia nunca penderá de los caminos”, dejó escrito –un año después de la apertura del puente- cuando estuvo por La Rioja en 1795. Pero también está en las
Actas (1805 y 1806) de cuando la Sociedad se quedó en una mera Comisión presidida por el Obispo de Calahorra, en las que consta que los portazgos del camino no se pudieron cobrar por no estar terminado. (Se recoge en el Acta de 1805: hay que establecer “peajes, en el camino, por trozos a la vez que se vaya construyendo”) Pero incluso, también, lo dejó dicho en 1832 el redactor de la “breve noticia del origen de la Real Sociedad” cuando escribió sobre el lema “Prosperarás extrayendo” lo siguiente: “que (La Sociedad) no confiaba en que la construcción de caminos carretiles por sí sola produjese la extracción del mucho vino sobrante, y demás mejoras que La Rioja necesitaba para su prosperidad”… Pese a estas dudas o vacilaciones, y asimismo a las evidencias claras de escaseces de apoyos a otras iniciativas planteadas por “el espíritu de Fuenmayor”, las obras del puente y del “camino carretil” por las poblaciones del sur del Ebro hacia la Montaña y el puerto de Santander, deja haberes de otro tenor que nuestro Conde supo muy bien alentar y canalizar.
En los seis años restantes para cerrar el “Siglo de las Luces” y hasta el cese del Conde de Hervías en la Dirección de la Sociedad Riojana, se fueron sumando al proyecto unitario de la Institución otras muchas poblaciones riojanas animadas por los hechos y por la esperanza de que por sus predios se abrieran nuevos caminos a semejanza del “Real”. Pero más aún que por esta supuesta esperanza de mejoras viarias comarcales en el futuro, las municipalidades y vecinos riojanos se mostraron satisfechos porque comprobaron que estaba fraguando una unidad entre pares de la región, en estas fechas con enfoques en exclusiva económicos, pero que divisaban y presumían en lontananza que llegarían otras de más halagüeño sentido y posibilidades. El ambiente general de optimismo, recogido en el
Romance endecasílabo de Don Pedro Antonio Sánchez-Salvador y Berrio, animó a muchos, y en especial a aquellos con “Casas Grandes” y haciendas del mismo signo en cada uno de los pueblos, a mostrar a sus convecinos los “espectáculos” de las
Juntas Generales y a presentar en vivo las caras de los sujetos coterráneos, que como Apoderados de los pueblos, se llegaban hasta ellas. Se siguieron por ello dos consecuencias: la primera, que se ampliaron los pueblos unidos y asociados al proyecto o “espíritu de Fuenmayor”; y la segunda, que se diversificaron los lugares, espacios y locales, ajenos a Fuenmayor y a los “Estados” del Conde, para celebrar las reuniones o las Juntas.
Estos haberes alcanzados por la Sociedad Riojana bajo la dirección del Conde son de muy difícil cuantificación –mientras no aparezcan otras fuentes e interpretaciones-, pero las notas y documentos, que desperdigados por distintos rincones de la Comunidad Autónoma de La Rioja y que han llegado hasta hoy, demuestran que el éxito de la “La Matrona” (
La Real Sociedad de La Rioja Castellana) hasta finales del XVIII, al “levantarse activa” –al crearse en Fuenmayor-, había animado a las gentes de la comarca que pretendía potenciar. Se confirma en el
Extracto de las Actas de la última Junta extraordinaria celebrada por la Real Comisión de la Sociedad Económica Riojana en Santo Domingo de La Calzada los días 4, 5 y 6 de diciembre de 1832… encontrado en el Archivo de Santa María de Cameros. A este
Extracto, que muestra los “estados… de los caudales desde su instalación”, le “Acompaña una breve noticia del origen de la Real Sociedad Riojana”… que apunta pistas -desde la óptica interpretativa de más de tres décadas después de su creación y de las distintas vicisitudes coyunturales por las que pasó-. Aquí, en “la breve noticia”, se lee, entre otras cosas, esto: Las “Juntas (estaban) compuestas de estos elementos (un Director y Cuatro Diputados) y de más de ciento cincuenta vocales que hubo ocasión se reunieron como representantes de otros tantos pueblos”. Esta cifra, 150 pueblos reunidos en las Juntas Generales, mientras no se demuestre con documentos directos, me parece un tanto exagerada. Y es que cuando se redacta la “breve noticia” histórica (casi cuatro décadas después, en 1832) este tipo de “aglomeraciones o reuniones tumultuarias” se juzgaban perniciosas, y cuanto más se hincharan las cifras aún peor. La visión que se tenía, al comenzar la década de los años treinta del siglo XIX, al redactarse la breve reseña histórica, era que la Institución nacida bajo “el espíritu de Fuenmayor” había sido perjudicial precisamente por aquella cualidad que más la marcara o inspirara: la unidad, en igualdad representativa, de los municipios o pueblos en defensa de sus intereses. El redactor de la breve noticia histórica defiende que este tipo de reuniones (o Juntas) “no podían hacer el bien del país”. Pese a estos
peros hermenéuticos se evidencia, año tras año, el crecimiento de los pueblos riojanos castellanos cobijados en la Real Sociedad Riojana antes de cerrar el siglo. Convivieron con problemas, es verdad, especialmente de falta de pagos o cuotas aprobadas en Junta para financiar el proyecto, como lo demuestran algunas de las cartas recriminatorias salidas de la Torre de Montalvo firmadas por el Secretario, Don Joaquín de Salazar, y el propio Conde, en demanda de ponerse al día de “los cargos”. Pero de aquí a que este tipo de Juntas de base municipalistas no pudieron hacer “el bien del país” hay mucho trecho. Precisamente mi interpretación va en este sentido. Si “el espíritu de Fuenmayor” se hubiese quedado sólo en la construcción del puente y el camino hubiera sido un fracaso como ya pensaron y defendieron algunos de los coetáneos. Pero este “espíritu” dejó otro tipo de herencias más fructíferas para el futuro.
Y es que fueron muchos días de convivencias y reuniones en las
Juntas Generales celebradas a lo largo de diecisiete años (1784-1800), Confraternizaron también en más de una decena de espacios distintos de variados lugares, villas y ciudades de la comarca. Se agregarán, durante más de década y media, bastantes centenares de riojanos naturales y vecinos de distintos pueblos o municipalidades de La Rioja Castellana, definidos, además, por variadas condiciones profesionales, niveles sociales y de poder. Y lo hicieron, teóricamente al menos, como iguales o pares, y como estuvieron agrupados no un ratito o algunas horas, sino, a veces durante semanas enteras, y por lo general, a lo largo de tres días continuados, estos tratos, a la fuerza, dejaron huella. Propusieron, trataron, acordaron y votaron de forma autónoma y libre principalmente sobre sus problemas económicos comunes. Pero también dialogaron en grupo de otras muchas cosas más difusas en estos años. En definitiva se fue tomando conciencia de comunidad territorial cuya experiencia serviría de base para reivindicaciones posteriores de otro tipo, como veremos. Estos fueron los principales haberes de “El espíritu de Fuenmayor”.
“Y en 24 de julio de 1801 varió S, M. sabiamente la forma de esta corporación”. El “espíritu” del fin de siglo, el de Fuenmayor, dejó de existir con la
Junta General de la Sociedad Riojana celebrada en Miranda de Ebro en 1800 y Don Miguel Damián, nuestro Conde de Hervías, que tan atentamente había seguido la construcción de su puente y el “Camino Real” que soportaba, viviendo varios años incluso en su Casa y Torre Fuerte de Montalvo mientras tanto, fue excluido de la Presidencia. Llegaría otra etapa marcada por
el obispo de Calahorra y los probos.